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después.
En tiempos del rey había en el Temple cuatro
municipales, pero muerto el monarca sólo había tres:
uno que vigilaba durante el día, y dos por la noche.
Toulan y Lepître idearon un ardid para estar siempre
juntos en la guardia nocturna.
Normalmente se sorteaban los turnos metiendo
en un sombrero tres papeletas, dos con la palabra
noche y una con la palabra día. Cada vez que Lepître
y Toulan estaban de guardia, escribían la palabra día
en los tres boletos y presentaban el sombrero al
municipal que querían dejar solo. Luego, destruían
las otras dos papeletas, murmurando contra el azar,
que les daba siempre el turno de noche.
Cuando la reina estuvo segura de sus dos
vigilantes, les puso en contacto con el caballero de
Maison-Rouge. Entonces se preparó una evasión. La
reina y su hermana debían huir disfrazadas de
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oficiales municipales. En cuanto a los niños, se
había observado que el hombre encargado de
encender los quinqués del Temple llevaba siempre
con él a dos niños de la misma edad que los
príncipes, y se dispuso que Turgy se pondría el
uniforme de farolero y se llevaría consigo a la
princesa y el delfín.
Turgy era un antiguo camarero del rey, llevado
al Temple con una parte del servicio de las Tullerías,
por deseo del rey, que quería su comedor bien
organizado. El primer mes, este servicio costó a la
nación treinta o cuarenta mil francos.
Como
es
comprensible,
no
podía
durar
semejante prodigalidad. El ayuntamiento puso coto y
se despidió a cocineros y marmitones; sólo fue
conservado un sirviente: Turgy, el cual, como podía
salir y, por tanto, llevar notas y traer respuestas, era
el intermediario natural entre las prisioneras y sus
partidarios.
Las notas solían ir enrolladas en el tapón de las
garrafas de leche de almendra que le llevaban a la
reina. Estaban escritas con limón, y las letras
permanecían invisibles hasta que se aproximaban al
fuego.
Todo estaba preparado para la evasión cuando
un día, Tison encendió su pipa con el tapón de una
garrafa. A medida que el papel ardía, vio aparecer
los caracteres. Apagó la nota y, medio quemada, la
llevó al consejo del Temple, donde sólo pudieron
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leer algunas palabras sin sentido, pues la mayor
parte del papel estaba reducido a cenizas.
Sin embargo se pudo reconocer la letra de la
reina, y Tison contó algunos favores que había
creído observar por parte de Lepître y Toulan hacia
las prisioneras. Los dos hombres fueron denunciados
a la municipalidad y no pudieron volver a entrar en
el Temple.
Quedaba Turgy; pero la desconfianza se elevó al
más alto grado, y jamás se le dejaba solo con las
princesas. Toda comunicación con el exterior se
había hecho imposible.
Un día, la hermana de la reina entregó a Turgy
un cuchillito para que lo limpiara. Turgy dudaba y al
limpiarlo quitó el mango; éste contenía una nota: un
alfabeto de señales.
Turgy devolvió el cuchillo, pero un municipal
que estaba allí se lo arrancó de las manos y le quitó
el mango. Afortunadamente la nota ya no estaba allí
y el municipal devolvió el cuchillo.
Fue entonces cuando el infatigable caballero de
Maison-Rouge había pensado una segunda evasión,
que iba a llevarse a cabo por medio de la casa que
acababa de comprar Dixmer.
Ese día, la reina había escuchado con espanto
los gritos que se lanzaban en la calle contra los
girondinos. La cena se sirvió a las siete, y los
municipales examinaron cada plato, cada servilleta,
incluso el pan y las nueces; luego, indicaron a las
prisioneras que podían sentarse a la mesa. La reina
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iba a rehusar, alegando que no tenía hambre, cuando
su hija se le acercó y le dijo en voz muy baja.
—Sentaos a la mesa, señora; creo que Turgy os
ha hecho una seña.
La reina se estremeció y miró a Turgy, que
estaba frente a ella y se tocaba el ojo con la mano
derecha.
La reina ocupó su sitio en la mesa y no perdió
de vista al sirviente, cuyos gestos eran tan naturales
que no podían inspirar ninguna desconfianza a los
municipales.
Terminada la cena se recogió el servicio con las
mismas precauciones que se había colocado: las más
pequeñas migas de pan fueron recogidas y
examinadas.
Se retiró Turgy y a continuación lo hicieron los
municipales, pero se quedó la señora Tison.
Esta mujer se había vuelto feroz desde que se la
había separado de su hija, cuya suerte ignoraba por
completo. Tantas veces como la reina abrazaba a la
princesa le entraban accesos de rabia que parecían
locura; de manera que la reina, cuyo corazón
comprendía estos dolores de madre, se detenía a
menudo en el momento en que iba a procurarse este
consuelo de apretar a su hija contra su pecho, el
único que le quedaba.
Tison llegó a buscar a su esposa, pero ella dijo
que no se retiraría hasta que no estuviera acostada la
viuda Capeto.
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La hermana de la reina pasó a la habitación de
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