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tal aislamiento? Excepto el hecho de que había uno de más, resultaban perfectos.
¿Arriba? le dije a Aaor.
Asintió con la cabeza.
Pero hay un macho de más. ¿Qué hacemos con él?
Aún no lo sé. Intentemos darles una ojeada, antes de que ellos nos vean a nosotros.
Quizá separarlos nos sea más fácil de lo que pensamos.
Subimos la ladera, fijándonos para ello en el sendero serpenteante que los humanos
habían hecho, pero casi no utilizándolo. Ese mismo día habían pasado humanos por él.
Quizás hubiesen humanos en él al día siguiente. Tal vez hubiera un puesto de guardia, y
la guardia cambiase a diario. Cualquiera que estuviese situado en la cima tendría una
excelente vista de todos los caminos que venían desde las montañas o el cañón de abajo.
Quizá la gente de arriba estuviese más de un día, y les suministrasen regularmente
vituallas desde abajo..., aunque había algunas terrazas cerca de la cima.
Subimos en silencio, rápidamente, comiendo las cosas más nutritivas que podíamos
hallar por el camino. Cuando llegamos a las terrazas, nos detuvimos y comimos todo lo
que necesitábamos. Tendríamos que estar muy a punto.
En un ancho altiplano cerca de la cima hallamos una cabaña de piedra. Más arriba
había una cisterna y unas pocas terrazas más. Dentro de la cabaña dormían dos
personas. ¿Dónde estaba la tercera? No nos atrevíamos a entrar hasta saber dónde
estaban todos.
Me conecté a Aaor y le señalé en silencio:
¿Has localizado al tercero?
Arriba me dijo . Hay otra cabaña..., o, al menos, otra vivienda. Ve tú a ella. Yo
quiero a estos dos.
Estaba absolutamente enfocado en la pareja humana.
¿Aaor?
Enfocó en mí con un movimiento increíblemente rápido. Por dentro estaba tan tenso
como un muelle.
Aaor, ahí abajo hay centenares de otros humanos. Tienes una sola vida, así que
ándate con cuidado de a quién se la das. Yo tuve mucha suerte con Jesusa y Tomás.
Vete allá arriba y no dejes que el tercer humano me moleste.
Me separé de él y subí, en busca de la segunda choza. Ahora, Aaor no querría
escuchar nada de lo que le fuese a decir yo, tal cual yo no hubiera escuchado a nadie que
me hubiese aconsejado tener cuidado con Jesusa y Tomás. Y, si los humanos eran lo
bastante jóvenes, probablemente podrían atriarse con éxito con cualquier ooloi saludable.
¡Si Aaor fuese saludable! Pero, desgraciadamente, no lo era. Él y los humanos que
eligiese iban a tener que curarse mutuamente. Si no lo hacían, quizá ninguno de ellos
sobreviviese.
No encontré otra cabaña más arriba en la montaña, sino una cueva muy pequeña, ya
casi en la cúspide. Los humanos habían construido una pared de rocas, cerrando una
parte de la misma. Había señales de que habían agrandado la caverna por un costado. Y,
finalmente, habían colocado postes de madera contra la piedra, y de éstos habían
colgado una puerta, también de madera. Ésta parecía más una barrera contra el mal
tiempo que contra la gente. Esta noche el tiempo era seco y cálido, y la puerta no estaba
cerrada. Se abrió apenas la empujé.
El hombre que había dentro se despertó cuando entré bajando al interior de su
pequeña caverna. El calor de su cuerpo lo convertía en un destello de infrarrojos en la
oscuridad. Era fácil para mí tender los brazos e impedir que sus manos hallasen lo que
fuese que buscaban tanteando.
Agarrando sus manos, yací junto a él en su corto y estrecho camastro y lo arrinconé
contra la pared de piedra. Lo examiné con varios tentáculos sensoriales, estudiándolo,
pero no controlándolo. Detuve su ronco gritar enroscando un brazo sensorial alrededor de
su cuello y luego moviendo el mismo para tapar su boca. Me mordió, pero sus nada
afilados dientes humanos no podían hacerme daños graves. Mis brazos sensoriales
existían para proteger los delicados órganos reproductores que había dentro. La carne
que los cubría era la más dura que podía hallarse en mi cuerpo.
El macho que yo retenía debía encontrarse en aquella pequeña caverna más a gusto
de lo que estaría la mayor parte de gente. Él mismo era diminuto, la mitad del tamaño de
la mayoría de machos normales. Y, además, tenía alguna enfermedad de la piel que
había convertido su rostro, las manos y buena parte del resto de su cuerpo en una ruina.
No tenía cabellos. Su piel era tan escamosa como la de algunos peces que había visto.
Su nariz estaba distorsionada: aplastada por haber sido rota varias veces, y eso aún
aumentaba su aspecto de pescado. Extrañamente, estaba libre del mal genético que
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