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Aires, Septiembre 1999.
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DEUDA EXTERNA Y COMPROMISO POLITICO SOCIAL DE LAS PERSONAS
Une conscience sans escandale est une conscience aliénée .
Georges Bataille, La littérature et le mal.
La lucha y el esfuerzo por la extinción de la deuda externa de los países del Tercer
Mundo, como lo sugieren las palabras de Colomer, y el esfuerzo del Consejo Con-
sultivo del Parlamento Latinoamericano forma parte de un combate mayor por la
justicia y la equidad entre todos los hombres, concretamente un combate para
reducir sustancialmente las gravísimas y crecientes disparidades entre la
progresivamente reducida minoría de los ricos y la abrumadoramente creciente
mayoría de los pobres. Esto supone un compromiso de los hombres y mujeres de
buena voluntad y de corazón recto en esa dirección. Tiene pues sentido concluir
con una referencia a una nueva cultura del compromiso.
Es que había antes, sobre todo después de la segunda guerra mundial y hasta
el comienzo de los años setenta, una cultura del compromiso político
social. Era una motivante esperanza colectiva que movilizaba la
actitud y la conducta de muchos en pos de un destino común. La
nutrían factores convergentes. Por un lado, era el efecto de una
utopía (con más rigor helénico, una ucronía), sobre la emergencia de
una otra sociedad posible, más justa y liberadora. Lo cual requería
un rechazo tajante y raigal de las estructuras del presente de
entonces, vividas como opresivas e inicuas. No se trataba sólo de la
consecuencia de la ideología más notoriamente desafiante del  statu quo socio
económico. También los cristianos aportaban lo suyo. Basta
recordar la Encíclica  Pacen in Terris de Juan XXIII y  Populorum
Progressio de Paulo VI con su llamamiento a unas  transformaciones
audaces, profundamente innovadoras , y por supuesto la Teología de la
Liberación, que agudizaba la responsabilidad social militante e los
católicos. Por otro lado, se había ido produciendo una toma de
conciencia, al calor de los diversos existencialismos, acerca de
estar el ser humano siempre eligiendo, y que el no elegir es también
una elección, pero omisiva y falsamente neutral, encubridora de una
complicidad por inacción. De allí el imperativo propuesto: una
opción lúcida de corresponsabilidad en la suerte del mundo.
ESPIRITUALIDAD Y NARCISISMO
Todo esto se fue deshaciendo y disipando en el último cuarto de siglo. Otra postura
se fue imponiendo, a caballo de conformismos, miedos y cobardías. Empezó a ser el
tiempo de la busca de sí mismo, del repliegue individualista, de la concentración en
una espiritualidad, sospechosamente más  espiritual , desentendida de lasdesdichas
estructurales y modificables de este mundo. Algo quehubiera sorprendido malamente
a Henri Bergson. El filosofo, tal vez
el más perdurable de los franceses en el siglo XX, enseñaba en  Les Deux Sources
de la Morale et de la Religion , que los místicos, eran la expresión cumbre de la
humanidad, la culminación de la condición humana,  Krone des Lebens , para decirlo
con palabras de Goethe. Y que tan pronto salían de la visión mística se lanzaban a la
acción, a la comunicación, a modos activos de cambiar el mundo. No escapaban a
esconderse en sí mismos. Decía Bergson, que pensaba especialmente en los insig-
nes contemplativos españoles del siglo XVI: En realidad se trata para los grandes
místicos, de transformar radicalmente la humanidad comenzando por dar el ejemplo .
Y enseguida, refiriéndose a los místicos cristianos, la especie más alta según el
autor, exaltaba  un misticismo operante, capaz de marchar a la conquista del mun-
do (Cap.III).
En niveles más crasos, la satisfacción y el bienestar en los países centrales, y en las
clases acomodadas del Tercer Mundo, engendró el consumismo a ultranza. Muy
junto a él apareció La Cultura del Narcisismo, espléndidamente retratada en un libro
paradigmático del difunto Christopher Lash con ese preciso título, poco difundido
en nuestro medio, mayoritariamente afectado a los  best sellers , a la literatura
 zaping  fracciones breves, anecdóticas y oraciones de no más diez palabras- hija
de la descerebración televisiva, y a una pseudo transgresión muy  politically correct .
Porque la política, dominada por la economía, como lo había previsto Spengler ,
invertía (apostaba, según el malhadado cliché periodístico de estos días desafortu-
nados para la lengua) en la Industria del Entretenimiento, que la clase mediática y
partidocrática no suele vacilar a veces en llamar, con gozosa impunidad,  cultura ,
lo cual también forma parte del cuadro de la época.
Fue el tiempo del auto aprecio, del  sentirse bien (1), de los libros de autoayuda, de
los psicologismos más o menos complacientes, que entre los argentinos han abun-
dado y abrumado hasta el hartazgo. La inteligente periodista norteamericana Alma
Guillermoprieto, al elogiar a la autora de un libro sobre Evita, lamentaba hace algunos
años el  irritating Argentine penchant for psychobubble , es decir la irritante
inclinación argentina hacia la tonta cháchara psicologista.(2)
EL MUNDO DESPUES DE SEATTLE
Hacia el fin del siglo ese reflujo histórico empezaba a ser reemplazado por un flujo
restaurador. A lo largo de los años finiseculares se fue insinuando una vuelta a la
disposición colectiva para una acción mancomunada. Se ha hecho ver, principal-
mente, como respuesta a las diferencias socio-económicas, crecientemente abismales,
entre países ricos y pobres, y entre ricos y pobres en todas las sociedades. Una
distribución perversa de la riqueza se ha ido expandiendo por efecto de la
mundialización económica sobre todas las sociedades. Y ha creado reducidas
plutocracias e ingentes masas de excluidos. Una noción también perversa del
desarrollo económico
ahonda década a década las diferencias de ingreso entre esas plutocracias y esas
masas. Es el nuevo tema de nuestro tiempo. Seattle parece ser el símbolo de esta
fractura escandalosa. Los sorpresivos incidentes en esa próspera ciudad del noro- [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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